jueves, 3 de abril de 2014

Máquina del tiempo

Hoy he tenido un pequeño problema a la hora de escribir esta Historia en Historia, resulta que ahora quiero (increíble pero cierto) tomar apuntes y prestar más atención en clase, además hoy me ha puesto el profe en segunda fila así que ha sido más complicado, pero no os he fallado. El término máquina del tiempo inversa la utilizó un profesor al que yo aprecio muchísimo (no era máquina del tiempo inversa, sino máquina del tiempo que funciona al revés más o menos) y al que le dedico esta Historia.

Ya están todos, ahora subirán uno a uno y me lanzarán la más amplia (y en algunos casos falsa) de las sonrisas. 
Les estrecho la mano a todos y cada uno de ellos mientras les doy la enhorabuena y pongo un diploma en sus manos. Una vez entregados todos debo pronunciar un pequeño discurso ante todos los asistentes, al acabar hay aplausos y vítores. Sonrío a todas esas personas que abandonan para siempre el instituto para dirigirse a la universidad. Llevo diez años como directora y profesora del centro, y año tras año en la graduación de segundo de bachillerato pasa siempre lo mismo: al comenzar, sonrisas, seguidas del llanto de los más sensibles al darse cuenta de que a la mayoría no les volverá a ver, promesas de seguir en contacto para acabar finalmente con más sonrisas y lágrimas, esta vez, de alegría.
Esta es una máquina del tiempo inversa, funciona al revés, en estos actos los homenajeados tienen siempre la misma edad mientras que yo soy cada vez más vieja. Pero todo esto no importa porque la satisfacción que me produce observar las caras de las personas que acaban de terminar una de las fases más importantes de su vida, esas personas a las que he visto crecer desde que entraron en el instituto en primero y a las que he ido cogiendo cariño con el tiempo, no tiene precio.
Pero hay algo mejor que el mero hecho de que me den las gracias por ayudarles durante la larga travesía que es el instituto, y es el que vengan años después con una sonrisa enorme a contarme que han terminado la carrera y están trabajando en lo que de verdad les apasiona. 
Una vez vino un ex-alumno a hablar conmigo (fue uno de los primeros que se graduó) y lo primero que hizo fue darme un abrazo, me contó que gracias a mí había aprendido mucho, que se había dado cuenta de que a los estudiantes les preparan durante años intelectualmente para el futuro, pero que yo soy la única que los prepara emocionalmente para afrontarlo. Por cosas como esta merece la pena seguir viendo a los estudiantes como algo más que calientasillas, son personas dispuestas a las que hay que apoyar, animarlas a seguir adelante y a no rendirse jamás a la hora de perseguir sus sueños. 
Yo no creo en los números, yo creo en las personas.

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